10.05 - Jo 15,1-8 - Permaneça na verdadeira videira

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Permanecer na verdadeira Videira

No Primeiro Testamento, o deus de Moisés se revelara como "Eu Sou". As autoproclamações de divindades já eram encontradas no Egito. No Evangelho de João são inúmeras as autoproclamações de Jesus: Eu sou... o pão da vida, o pão descido do céu, a luz do mundo, a porta das ovelhas, o bom pastor, a ressurreição, o caminho, a verdade e a vida, a videira, entre outras. Com elas, Jesus revela- se como o Deus intimamente presente no mundo, na vida das pessoas, relacionando-se de maneira simples e comum com homens, mulheres e crianças. Jesus se autoproclama como a videira verdadeira. A videira, na tradição do Antigo Testamento, representa o povo de Israel. Jesus
lhe dá um novo sentido, no qual todos, sem discriminações de raça, religião ou condição social, em todos os tempos, são seus ramos. É a perspectiva universalista do dom do amor divino e da vida eterna. Aos ramos cabe dar os frutos. Os ramos sem frutos serão separados da videira. O ramo unido à videira é o discípulo que permanece em Jesus, e Jesus nele. Os ramos unidos à videira são a comunidade unida a Jesus, que ora ao Pai e é ouvida.
A Primeira Carta de João (segunda leitura) desenvolve o tema da permanência em Jesus. Quem ama com ações e de verdade permanece em Deus. E é permanecendo em Jesus que os discípulos produzirão os frutos que são do agrado do Pai. E a seiva do amor que une Jesus e os discípulos cria laços entre as pessoas, leva à fraternidade, à solidariedade e comunica a vida. Na primeira leitura, vemos como a conversão de Saulo levou-o, logo de início, a uma pregação corajosa. Em continuidade, sua missão frutificou em inúmeras comunidades de fé.

Fonte: Paulinas online

(Em Espanhol)

Unidos a la Vid/Vida Verdadera

      El evangelio de este domingo se centra en el tema de la unidad que debe ser el fruto primero de la comunidad cristiana. La imagen de la vid y los sarmientos nos pone en pista. Es una sola planta. Es una unidad vital. Hasta podríamos decir que la división entre vid y sarmientos que hace Jesús es un poco artificial. Naturalmente que los sarmientos no pueden existir separados de la vida. ¿De dónde les llegaría la savia necesaria para vivir? Cortada esa relación con la vida, los sarmientos mueren y sólo sirven para el fuego. Esa unión es la única posibilidad de que los sarmientos den fruto.

      Hay que subrayar ese detalle, que no es baladí: la vid no da propiamente frutos. Son los sarmientos los que dan frutos. Por supuesto, ¡gracias a la corriente vital que les llega de la vid! Sin la savia los sarmientos mueren. Pero sin los sarmientos la vid sería estéril. Hasta ese punto llega esa necesaria conexión entre la vid y los sarmientos. La unidad entre la vida y los sarmientos es fundamental.

Unidos a la vid verdadera
      Para dar frutos tienen que estar unidos a esa vid en concreto (“Yo soy la verdadera vid”). Los sarmientos se pueden injertar en otras vides pero entonces no darían frutos para la vida del mundo en la caridad, como nos pedía el Concilio Vaticano II (cf. Optatam Totius, 16).
      Esa unión no se dirige a una especie de auto-contemplación en la que vid y sarmientos se miran unos a otros felices de estar unidos. Están unidos porque la planta entera tiene como fin dar frutos. Y pasando del ejemplo, de la imagen, a la realidad, la unión del cristiano, de cada cristiano, de todo cristiano, con Jesús se ordena a dar frutos para la vida del mundo. Que Dios envió a su Hijo al mundo no para condenarlo sino para salvarlo. Conviene no olvidarlo.
      Conviene que volvamos la vista a nuestra realidad. Llevamos dos mil años de historia cristiana. No somos precisamente un modelo de unidad. La comunidad de los creyentes está fragmentada en numerosas iglesias. Católicos, protestantes, ortodoxos son las grandes denominaciones pero hay muchas más. Unos grupos no siempre miran a otros con un sentimiento de fraternidad capaz de ir más allá de las propias tradiciones. Unos grupos no quieren compartir con los otros la Eucaristía, el signo mayor de unidad que nos dejó Jesús, la fuente de la savia que nos mantiene vivos, unidos y capaces de dar fruto.
      Pero incluso dentro de nuestra Iglesia Católica hay muchos grupos que se miran entre sí con desconfianza. Es como si cada uno se sintiese poseedor de la verdad, de la auténtica interpretación del Evangelio de Jesús y recelase de los otros. No todos, es verdad, tienen esta actitud pero ahí está y no se puede negar. A veces, la misma jerarquía de la Iglesia no sirve a la unidad ya que más que incluir y unir fuerzas lo que hace es separar, alejar y condenar a los que piensan diferente de ella. ¡Todo un espectáculo de unidad! Mientras tanto muchos proclaman: “¡Uniros a mí que soy la verdadera vid!”

Muchos sarmientos, una sola vid/vida
      El espectáculo es triste. Unos y otros nos olvidamos del principio básico: Jesús es la verdadera vid. Y no hay más vid que Jesús. Ahí está el punto nodal de unidad. Luego los sarmientos pueden crecer de formas muy diversas. Unos más hacia arriba, otros más hacia abajo. Unos en línea recta y otros retorcidos. Nada de eso es importante.

      Lo verdaderamente importante es que den frutos de vida, es que el amor de Dios llegue a todos. La unidad está marcada por el punto de unión con la única vid: Jesús. La unidad no consiste en el hecho de que todos los sarmientos sean iguales, sean clones genéticos. La unidad no consiste en la uniformidad. Los sarmientos son plurales, diferentes y eso precisamente es lo que hace bella y hermosa a la vida. Esa diferencia hace también que los frutos sean más abundantes, más variados, más ricos.
      No hay otra forma de trabajar por la unidad que esforzarse por estar unidos a Jesús, la verdadera vid, y abrazar la diversidad de nuestros hermanos y hermanas, los otros sarmientos, aceptando que ellos no tienen que pasar por nosotros para estar unidos a Jesús, que nosotros no somos el punto de conexión necesario. Sin excluir. Sin condenar. Basta con creer en el nombre de Jesús y vivir en el amor, que es el único mandamiento, para permanecer en Dios, como dice la segunda lectura, que no otra cosa es estar unidos a la vid.
      Así seremos como aquellos discípulos de Jerusalén, sobre todo como Bernabé, que ven a Pablo, el antiguo perseguidor de los cristianos, convertido en predicador y se alegran de ello. Porque ven los frutos de vida que está ofreciendo al mundo. Y la iglesia gozaba de paz.
      Hoy seguimos teniendo pendiente la tarea de la unidad. O, mejor dicho, la tarea de unirnos a la verdadera vida. La del amor, la que nos une en el Reino. 

Fernando Torres Pérez, cmf

Fonte: https://www.ciudadredonda.org